Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, Universidad del Rosario.
Recibí esta semana dos graves e infundados señalamientos: uno por parte de un reconocido y polémico periodista de un medio hegemónico y otro, de un ex representante a la Cámara. El primero me tildó de “defensor del terrorismo salido del clóset” (con tufo homofóbico, porque así ataca Melquisedec Torres) y el segundo apuntó a que más que profesor, “parezco miembro del COCE” (Comando Central del Ejército de Liberación Nacional). No he escrito un sólo análisis o trino en defensa de esa guerrilla o de la violencia política que deploro y rechazo, sin excepción. Tampoco creo que exista en nuestro país ninguna justificación para la lucha armada, a pesar de las incuestionables contradicciones socioeconómicas de nuestra democracia, que menta con frecuencia la igualdad siendo el más desigual América Latina y el Caribe -donde más se concentra la riqueza en el planeta-.
De estos mensajes me preocupan dos cosas que dejo consignadas en esta columna (que invito a leer más bien como un texto de discusión): la recurrencia con la que se pone en duda mi idoneidad como profesor por las opiniones que expreso en mis análisis o en trinos; y, la estigmatización con afirmaciones de que hago parte de un proyecto de militancia en el que hay tanto afán por desacreditar mi perspectiva, que se termina invitando a la censura. Valga recordar que he sido comprobadamente víctima de ésta. Advierto a quienes me aconsejan no visibilizar ni hacer publicidad a quienes agreden, que la mejor forma de superar esta violencia verbal tan premiada en las redes sociales, es no dejarla pasar de agache, sino encarar. Solamente una confrontación acaba con este acoso que en buena medida sobrevive y se adapta por los justificados y comprensibles miedos que despierta.
Me parece prudente recordar lo que parecería una obviedad, pero en Colombia hay tal nivel de intransigencia frente a opiniones contrarias, que incluso aquello que parece caer por su peso debe empujarse. Los profesores tenemos el mismo derecho que cualquier ciudadano a expresar nuestras posturas políticas, análisis y opiniones en redes, sin que ello deba ser interpretado como un reflejo de lo que se dicta en la clase. El fetiche del establecimiento colombiano de que los maestros debemos ser sumisos y doblegarnos ante el poder, está bien representado en la caricatura caprichosa y elitista de un exrector de la Nacional que alguna vez dijo que “los niños eran los jefes de los profesores”, todo en aras de desacreditar a las asociaciones de maestros. Moisés Wasserman no controvierte a Fecode, se limita a expresarle odio visceral. Y sí, así es la triste realidad, incluso un exrector llamado a defender la educación, opta por identificarse con los intereses de clase y amplificar la consigna antipática e incompatible con la pedagogía de que “manda el que paga”, o “el cliente con la razón a perpetuidad”. Según esta extraña lógica cuando los profesores opinamos, tomamos partido o nos salimos de las márgenes estrechas de la retórica pro-establecimiento, nos convertimos en adoctrinadores. Si han de juzgarnos como académicos ¿no será más fácil chequear o siquiera asomarse a nuestras publicaciones, o en general al repertorio académico que tiene cada vez más formas de concreción? ¿Si se trata de desvirtuar mi labor periodística o analítica en medios, por qué no citan mis columnas, artículos o apariciones en programas de debate?
Ni un millón de comunicados de la FLIP serán suficientes para que estos políticos y periodistas avinagrados en sus prejuicios contra la izquierda, entiendan el daño que generan cuando estigmatizan. Asumirme como progresista ha sido un acto de honestidad intelectual, no una confesión de parte que nuble mis análisis de política interna o internacional. Por eso me niego a esconder la identidad política por la que opté en franca autonomía y con plena consciencia. No recuerdo una sola vez que no haya buscado voces contrarias en mis explicaciones o negado el debate a quien piensa distinto. No me puedo dar el lujo de decir como los grandes comunicadores “que a mí no me callarán” pues soy consciente que, el día que quieran me silencian. Todos sabemos que esos que estigmatizan siguen conservando el mando del establecimiento. Por eso les pido desde una posición inferior de poder que dialoguemos y cuanto antes detengan las agresiones. No se llenen la boca hablando de civilización para recurrir a la violencia a la primera oportunidad.