Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos
Sucedió lo que muchos temían: Irán terminó contraatacando a Israel pasando por encima del derecho internacional, pero de forma tan estratégica que parece por ahora, haberle ganado el pulso a su vecino y rival, quien todavía es la principal potencia militar de la zona con el arma nuclear (entre 150 y 300 ojivas nucleares). Tel Aviv acumula episodios de guerra donde a diferencia del pasado no puede reencontrarse con una victoria militar, por el contrario, cada vez deja más dudas sobre su legitimidad para llevar a cabo la confrontación, consecuencia del uso abusivo hasta la perversión del supuesto derecho a la legítima defensa. Israel no sólo está despilfarrando la autoridad moral que merecidamente el mundo le otorgó en la posguerra, sino que está masacrando las instituciones del sistema internacional que han preservado cierto orden, para desgracia de todos, incluido el nuclear. En la contemporaneidad no hay ningún Estado que haya amenazado tanto la multilateralidad, el derecho internacional y la soberanía de terceros como el israelí. Este giro, contrario a la Carta de San Francisco, que dio origen al sistema ONU, y todos los principios que se juraron con la victoria de las democracias sobre el fascismo, está afincado en el gobierno más supremacista de su historia. Nunca había tenido un gabinete que expresa y públicamente institucionalizara el apartheid, la limpieza étnica y ahora el genocidio.
El ataque del pasado sábado por parte de Irán, inicialmente le caía como anillo al dedo a Benjamín Netanyahu que, desde por lo menos 2015, ha hecho todo lo posible por involucrar a Irán en una confrontación como la sucedida. Más que nunca, necesitan de un enemigo externo para justificar no sólo los horrores cometidos en Gaza, sino para reavivar el nacionalismo y resucitar la tesis de que Israel está rodeado de vecinos hostiles. Los únicos bajo asedio son los palestinos, están rodeados mientras son masacrados desde todos los puntos cardinales.
Aunque poco se diga, habían sido los civiles del gabinete de Netanyahu y portavoces de la derecha más extrema de la historia quienes pedían a gritos una guerra con Irán, y los militares quienes habían contenido a esa dirigencia obtusa. Con los ataques del 7 de octubre, todos han cerrado filas en torno al supremacismo arabofóbico e islamófobo. Hace poco un soldado español israelí, Yehuda López, le dijo a una periodista de la RTVE que en la Franja “no había inocentes”. La frase pasó de agache en los medios hegemónicos y de forma insólita, la periodista ni siquiera contrapreguntó o reclamó por frases cargadas de odio y que evidencian un genocidio en curso. El solado cerró el diálogo diciendo que la victoria se materializará “cuando no quede nadie allí”. Lo único rescatable del vomitivo intercambio es la sinceridad que hará de servir para comprobar lo que el negacionismo se empeña en defender.
El ataque iraní fue tan telegrafiado y anunciado que el propósito parece doble: no causar víctimas ni grandes daños para no permitir a Netanyahu victimizarse y obtener oxígeno político internacional cuando es cada vez más evidente el totalitarismo israelí; y a su vez, excitar la unidad nacional iraní en un régimen que viene siendo seriamente cuestionado. En especial a partir del asesinato por parte de la policía de la moral de Mahsa Amini en septiembre de 2022. Esto último activó las protestas más multitudinarias en los 45 años de historia de la República Islámica.
Israel ha respondido con el lanzamiento de drones contra la central nuclear de Isfahán, símbolo del programa nuclear iraní al que Tel Aviv le ha declarado la guerra desde hace varios años. En 2011, israelíes y estadounidenses desarrollaron un programa informático (Stuxnet) para sabotear las centrales nucleares, como en su momento lo señaló el New York Times tras una rigurosa investigación. El centro de la disputa Teherán Tel Aviv no es Palestina, sino el tema nuclear, una vieja ambición iraní a la que no está dispuesta a renunciar bien sea por autosuficiencia energética o por razones de seguridad. Irán que ha sido un apetecido espacio para intervenir se ha acostumbrado a estar incluido en todas las etiquetas sobre “el mal” que han desarrollado los gobiernos de un Occidente que aún no renuncian a su proyecto civilizador. Irán sabe que con poderes nucleares acaba con la posibilidad de ser invadido como su vecino Irak.
El único control que garantiza la seguridad nuclear reposa en las instituciones multilaterales a las que Estados Unidos, sus aliados en Europa e Israel les han declarado la guerra. Han atacado como nunca el sistema de Naciones Unidas que, desde 2003 con la invasión a Irak, parece malherido. Solamente una multilateralidad entre iguales y sin abusos por parte de un norte global en decadencia, puede salvar al mundo de una guerra global a la que nos arrastra Israel con cada derrota.