Por: Julián Cortés Urquijo
Parte 1: La paz de Colombia: a ocho años del acuerdo de paz ¿neoliberalismo o paz emancipatoria
La pregunta entonces es ¿cuáles serían los elementos que podrían contener una paz emancipatoria en Colombia? Quiero proponer varios puntos: uno sería la promoción real de las economías solidarias y diversas. El mercado, tan solo representa la punta del iceberg de las distintas alternativas económicas que tenemos los ciudadanos en una sociedad para resolver nuestras necesidades. Como lo muestra la figura (abajo) realizada por la doctora Katherine Gibson en Australia, existe un sinnúmero de alternativas económicas posibles que podrían involucrarse en la construcción de paz, no solo se resuelven necesidades de las comunidades a través del mercado. Así la lógica exclusiva de financiar proyectos productivos orientados al mercado, por ejemplo, podrían combinarse con proyectos orientados al autoconsumo, a la conservación, a la cultura, a la recuperación de medios de vida, a la construcción de fondos rotatorios, o a la creación de espacios para el disfrute social, entre otros. El estado parece no coquetear con estos enfoques porque simplemente se concentró en que la solución a los problemas de generación de ingresos tiene que pasar por el mercado y eso, si bien es necesario, no excluye la búsqueda de otros esquemas. Desde la institucionalidad, las ONGs y las mismas organizaciones campesinas podríamos ser más creativos y soñarnos que los proyectos de desarrollo o las iniciativas productivas podrían también promover el ejercicio de economías diversas y involucrar a la gente en soluciones de sus problemas a través del trueque, o de bancos de horas laborales, o de creación de monedas locales. Las posibilidades son infinitas como lo muestra la figura.
Gráfica proporcionada por el autor
Un segundo elemento adicional de este enfoque emancipatorio es la necesidad de aceptar la existencia de otras formas de ser y de existir. Recuerdo como desde una agencia del Estado, un estructurador de proyectos planteaba un monocultivo de soya para una comunidad indígena históricamente nómada. No entendemos que sociológicamente, esta cultura poco o nada le interesaría entrar en las lógicas del mercado cuando su comportamiento histórico se relaciona estrechamente con la solución de sus necesidades de la mano de la naturaleza mas no con el mercado.
Un tercer elemento, que se incluye dentro de las lógicas del mercado y que vale la pena insistir, es la agregación de valor en todos los proyectos productivos. Nuestra tradición empresarial elitista dejó el disfrute de los beneficios de la agregación de valor a la casta privilegiada colombiana. Un empresario que se acercaba a una comunidad de firmantes en el Guaviare, decía con cierto dejo patriarcal “Eso ustedes siembren que es lo que saben hacer y déjenos a los empresarios agregar valor y vender”. Así, es costumbre de estructuradores (profesionales que trabajan con el estado o con las mismas organizaciones) proponer proyectos enfocados a producción primaria con el argumento de que transformar por parte de comunidades excluidas es complejo e incluso imposible. Imaginemos por un momento, comunidades campesinas produciendo quesos y yogures para vender localmente en los ARAS u otras tiendas. O campesinos produciendo hortalizas procesadas para que la gente de la ciudad, que no tiene tiempo sino para destapar una caja bien empacada, que contiene la ensalada para el almuerzo. O cooperativas de campesinos produciendo aceites embotellados para el consumo internacional. Ejemplos como estos ya existen, pero no están masificados en el mundo de los proyectos de emprendimiento. Implican creatividad de las comunidades, un ejercicio más comprometido del profesional que estructura, trabajo dedicado de las comunidades y un cambio de cultura de estas. Es claro que el campesino, por ejemplo, hablando de Cundinamarca, debe dejar de pensar en solo vender su leche al intermediario, para agregar valor a la misma leche en su propia finca y venderla localmente.
Cuarto, la normatividad nacional, principalmente por parte del INVIMA, paradójicamente no favorece a la agroindustria campesina, la producción artesanal y por tanto, el eventual éxito de estos proyectos. Muchas talanqueras para que un campesino pueda sacar un registro. Cualquiera que haya ido a México ha probado el mezcal, una de las bebidas alcohólicas de mejor calidad del mundo, paradójicamente, completamente artesanal. Muchas botellas con stickers hecho a mano; nadie se muere, o pierde su visión consumiendo esa bebida. ¿Quién los controla? Nadie. Se llama confianza en el artesano y compromiso de este con sus consumidores. Así las cosas vale la pena flexibilizar la normativa actual para facilitar la producción artesanal, con garantías y control de calidad mínimos y que permita la comercialización de los alimentos artesanales, que incluso actualmente están en muchos municipios y son perseguidos por las autoridades sanitarias.
Gráfica proporcionada por el autor
Quinto. Otro elemento relacionado con el fracaso de estos proyectos es que parte de la visión de que el campesino no sabe o no puede participar de la estructuración de los proyectos. Las metodologías tradicionales, usualmente realizadas por expertos y desde arriba, muchas veces de afán (para cumplir el contrato), no incluye una estructuración participativa de los proyectos. La comunidad debería involucrarse profundamente no solo en la propuesta del proyecto sino desde su estructuración. De hecho, muchas veces la estructuración aislada de la comunidad, hace que estas no se aferren emocionalmente al proyecto enfocando sus energías solo en el recurso y los activos que les dan, más que en el proceso de construcción del mismo. Si bien, pareciera que esto alarga los ya demorados procedimientos, de seguro involucrar a las comunidades en la estructuración generaría un mayor compromiso con el manejo de los recursos y en garantizar la sostenibilidad del mismo.
Sexto y último. El Estado debe preocuparse de la comercialización de los productos. Por un lado, los funcionarios deberían concebir mercados reales más allá de las tradicionales cartas de intención de futuros compradores que usualmente son meros requisitos. Un mercado real para un proyecto de paz implica la negociación con el Estado como socio de esa cooperativa campesina o de firmantes. La necesidad del IDEMA 2.0, no es un discurso vacío del presidente Petro, es la real garantía de venta de los productos de las y los campesinos. No pongamos más a campesinos y firmantes a correr de un lado para el otro buscados mercados donde, al final, quien se aprovecha de este ajetreo es el intermediario y los mafiosos de los productos agropecuarios.
Quedan dos años de gobierno progresista donde una de las estrategias fundamentales de casi todos los ministerios y entidades, ha sido alrededor de las alternativas de generación de ingresos. Unidad de víctimas, Ministerios de comercio y Agricultura, Agencia de Desarrollo Rural, Agencia para Reincorporación y Normalización entre otras entidades y ministerios se dedican a apoyar proyectos de emprendimiento para un sector de la sociedad que tradicionalmente estaba abandonado. Una buena parte de estas iniciativas podrían llegar al fracaso si no le metemos mano a garantizar su sostenibilidad más allá de la modelación en la hoja de Excel. En unos años más —se acordarán de mis palabras— si no se aplican medidas reales para garantizar que funcionen, la derecha va a salir a criticar que nuestro modelo de apoyo a los pequeños no sirvió. Dirán la Cabal, la Davila, el Polo Polo “¿Sí ven? darles la plata a los pobres es un fracaso, es mejor dársela a los ricos, ellos si saben generar riqueza”.