Margarita Jaimes Velasquez
En nuestro recorrido por la vida, todas las personas enfrentamos retos y riesgos de toda índole para lograr nuestros sueños. No obstante, en situaciones de crisis cuando las fuerzas y las capacidades disminuyen, como titanes incondicionales aparecen las personas que se dedican al trabajo humanitario, con un solo interés: mitigar el sufrimiento de quienes se encuentran en riesgo de perder la vida o en situaciones de alta vulnerabilidad. En esta labor se expone la existencia, la salud física y mental y la familia por llegar hasta los lugares recónditos de nuestra geografía nacional. Sin exagerar, en dicha labor se aprende a hacer de tripas corazón cuando los gobiernos locales o departamentales, sin voluntad política, no quieren atender sus obligaciones respecto a las comunidades victimizadas o en riesgo.
En este país, esta extraordinaria labor es realizada por hombres y mujeres de todas las edades, regiones, opiniones políticas y profesiones, que se vinculan a una organización no gubernamental, o a entidades internacionales o estatales para servir. Mientras que cada ingreso al territorio es una osadía por el peligro que conlleva llegar a corregimientos y veredas controladas por los actores armados o por la criminalidad organizada, el régimen laboral y el sistema de salud, no son recíprocos.
La mayoría de trabajadoras y trabajadores humanitarios, especialmente, los contratados por las ONG, son vinculados a través de órdenes de prestación de servicios, es decir, sin vacaciones, ni festivos pagos, ni las demás prestaciones sociales. Todo alrededor de este tipo contrato es un sofisma. Por ejemplo, cuando se termina, la persona queda cesante varios meses, como mínimo, dos. Sin embargo, por la naturaleza del trabajo, el altruismo de la persona y las necesidades de las comunidades, en ese periodo el vínculo y el compromiso persisten. Siempre habrá una gestión o una asesoría ad honorem que prestar.
Ahora bien, tanto los que trabajan por prestación de servicios como los vinculados por un contrato laboral, compartimos que no hay quien atienda, cuide o apoye en situaciones de crisis; digo, las personales y, las peores, aquellas ocasionadas por la excesiva carga de trabajo que conlleva atender a las comunidades los siete días de la semana a cualquier hora. A lo que debemos agregar las largas y extenuantes horas frente al computador realizando los informes y demás documentos que exige la labor.
Probablemente, la crisis menos atendida son las psicosociales que surgen de la frustración ante la parsimonia y tramitología de los entes estatales, o el dolor que ocasiona no haber logrado salvar a una persona o la carga de todas las historias tristes y dolorosas que escuchamos a diario y que llevamos en el alma ¿Dónde está el programa de salud mental para quienes trabajan en el campo humanitario? Pues no existe. Tenemos el mismo programa, de difícil acceso, que otorga tanto el sistema de salud como el régimen pensional ¿Cómo garantizar la desconexión en contratos por prestación de servicios, sin que ello signifique dejar de percibir los recursos económicos?
Como ya he expuesto, en el ejercicio de la labor humanitaria hay una alta probabilidad de sufrir intimidaciones, amenazas o atentados contra la integridad física, sexual y psicológica, no obstante, no existe un programa especial para la protección de este sector laboral, cuando ocurre algún hecho de amenaza en muchas ocasiones. El Estado, no nos considera defensoras y defensores de DDHH e interpone todas las trabas posibles. Lo que es peor, desconoce los riesgos que conlleva dicha labor.
En este país, con 9.681.288 personas registradas como víctimas, el trabajo humanitario ha sido fundamental para mitigar el impacto del conflicto armado en la vida de las personas; en otros casos, ha advertido y prevenido o en el mejor de los escenarios, ha preparado a las comunidades para recibir a un estado ausente y renuente. No obstante, no ha sido valorada y respetada. Quienes trabajamos en lo humanitario, en muchas ocasiones, nos alejamos de nuestras familias y de nosotros y nosotras mismas para servir, sin embargo, no tenemos quien nos cuide.