Por: Dumar A. Jaramillo-Hernández MVZ. Esp. MSc. PhD.
Profesor Universidad de los Llanos
Primum non nocere, expresión del latín para referirse al primer principio de la medicina: “primero no dañar”. Esta locución bastante antigua, con alto grado de asociación al médico Hipócrates de Cos (algunos lo consideran el padre de la medicina), se acuñó por un sentido natural e irrefutable, donde toda intervención sanitaria, como la prescripción de medicamentos o vacunas, tiene la probabilidad de causar un efecto adverso en el paciente. Dada esta situación, la medicina moderna creó los sistemas de farmacovigilancia, los cuales permiten evaluar el comportamiento de vacunas y medicamentos.
Así, si el uso de una vacuna o medicamento se asocia a un efecto adverso, inmediatamente los sistemas de farmacovigilancia crean las alarmas y planes de contingencia necesarios para salvaguardar la integridad de las poblaciones expuestas a estas vacunas o medicamentos que vienen siendo usados masivamente. La farmacovigilancia de una vacuna o medicamento nunca frena, esto quiere decir que, así la vacuna o medicamento tenga años de uso general en poblaciones, se podrían presentar o percibir efectos adversos que no habían sido asociados con anterioridad.
Vámonos con un ejemplo. En el año 2020, el Instituto de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA), que en Colombia es el responsable del sistema de farmacovigilancia, generó las alertas correspondientes para retirar del mercado la ranitidina, un fármaco utilizado desde 1981 para el manejo farmacológico de úlceras gástricas y duodenales (siendo el más vendido en el mundo para 1988); o sea, por más de 30 años los galenos del mundo recetaban ranitidina.
Estudios seriados de farmacovigilancia para el año 2019 asociaron el uso de este fármaco con riesgos de padecimiento de cáncer. Cuando la FDA, la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos, fue a escudriñar esta asociación, encontró que los medicamentos con principio activo de ranitidina, tras cierto tiempo de almacenamiento y a ciertas temperaturas, comenzaban a concentrar altos niveles de N-nitrosodimetilamina (probablemente un agente cancerígeno).
Ahora, esta introducción trata de vislumbrar la inevitable asociación entre uso de vacunas y medicamentos y sus posibles efectos adversos en las poblaciones. Efectos que pueden ser previstos en los modelos preclínicos (animales experimentales) y clínicos primarios (grupo de personas bajo ciertos parámetros controlados). Por eso, cuando los médicos prescriben estos productos se deben conocer algunos de sus efectos adversos esperados. Sin embargo, existen otros tipos de efectos adversos que son inesperados; por ejemplo, los conocidos como propios del acervo genético del individuo, o la reacción adversa idiosincrática.
Todo esto nos lleva a analizar las recientes declaraciones públicas del Ministro de Salud y Protección Social en Colombia al respecto de las vacunas de tercera generación para el control del virus SARS-CoV-2, agente causal de la enfermedad COVID-19, pandemia recientemente superada.
Permítanme explicar rápidamente cómo suelen clasificarse las vacunas, divididas en tres generaciones. Las vacunas clásicas (agentes infecciosos inactivos o atenuados) son conocidas como vacunas de primera generación; con este tipo de vacunas erradicamos la viruela, y estamos a punto de erradicar la poliomielitis. Ahora, las vacunas de segunda generación son compuestas por partes del agente infeccioso a controlar, sintetizadas en otros organismos dentro de laboratorios, como el péptido recombinante del antígeno de superficie del virus de la hepatitis B, vacuna ampliamente usada en el mundo para controlar ese virus. Por último, existen las vacunas de tercera generación, las cuales usan la información genética del agente infeccioso (su ADN o ARN). Estas han sido aprobadas recientemente para su uso en humanos a partir de la necesidad de controlar el virus SARS-CoV-2, y nos permitieron superar la pandemia.
¿Pero qué dijo el máximo dirigente de los aspectos sanitarios en Colombia? Que las vacunas de tercera generación, esas mismas que fueron objeto del Premio Nobel en Medicina 2023, se aplicaron en las poblaciones empobrecidas colombianas para ser tomadas como experimento (de ahí parte del título de esta columna, donde la expresión “conejillo de indias” se ha usado para definir al sujeto de procesos experimentales). Por supuesto que la comunidad científica nacional se ha pronunciado enérgicamente en contra de semejante abrupto.
Es inaceptable que un dirigente de la cartera salud desconozca todo un andamiaje técnico científico alrededor de la vinculación de una vacuna o medicamento dentro de poblaciones, así mismo, del propio sistema de farmacovigilancia vigente (nada extraño: en este gobierno “del cambio” estuvimos más de 10 meses sin nombramiento en propiedad del director del INVIMA). Que por favor alguien le diga al ministro que estas vacunas de tercera generación vienen siendo usadas para el control de enfermedades en sistemas de producción animal hace más de 20 años atrás, los mismos sistemas de producción animal que sostienen la soberanía alimentaria de los países. Por ende, seguramente él, de forma directa, se ha visto beneficiado por estas tecnologías en el área de la salud.
Por otro lado, diversos países (sin importar su ideología política) volcaron su constructo científico al desarrollo de vacunas de tercera generación para el control de la pandemia, dado que las tecnologías que rondan la síntesis de estas vacunas son ágiles, seguras y logran efectos inmunológicos propicios para el control del virus SARS-CoV-2. Por supuesto, volvemos al primer principio de la medicina, primum non nocere, y es acá donde el sistema de farmacovigilancia nacional debe estar más atento, no solo ahora, sino a lo largo y ancho del uso de este tipo de vacunas en las poblaciones. Recordemos el efecto adverso después de 30 años de uso de la ranitidina.
Las expresiones públicas que soportan el alto desconocimiento sobre las vacunas de la tercera generación del Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia no son lo más preocupante en este gobierno respecto a su plan de desarrollo titulado “Colombia potencia de vida”; lo es la desfinanciación de la investigación en Colombia: para el año 2024, en comparación con 2023, se aprobó dentro del Presupuesto General de la Nación un 25% menos de recursos para financiar investigaciones científicas en Colombia. Durante el período de un gobierno que debe potencializar la generación del conocimiento, el cual da garantías de toma de decisiones correctas para su población, se otorga uno de los presupuestos más bajos de los últimos 25 años para la investigación.
Horrible paradoja: “sociedad del conocimiento” sin recursos para generarlo. Por esta razón continuaremos con ese colonialismo occidental que tanto señalan, dado que, de nuevo, estaremos atentos al dictamen de la FDA para tomar decisiones en el INVIMA.
Por último, hago una invitación respetuosa a revisar con detenimiento publicaciones de opinión en esta revista que dirigen al lector al respecto de cómo la vacunación ha sido la estrategia más importante dentro de la medicina preventiva en infantes del mundo; así mismo, la relevancia de las vacunas en el control de enfermedades de alto impacto en la salud pública mundial, ejemplo de ello los importantes avances en la generación de la vacuna para el control de la tuberculosis, y por supuesto, los diálogos del absurdo dilema que a pocos embargaba: “vacunarse o no vacunarse” para el control de SARS-CoV-2, virus que ocasiona la enfermedad COVID-19 .
Este recuento autocitado se establece para invitar al dirigente de la salud y protección social en Colombia a conocer varios conceptos de la vacunología y sus innumerables esfuerzos por brindarnos un mundo mejor, en especial para las poblaciones más susceptibles, las empobrecidas.