Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Universidad del Rosario
Vuelve y juega. Álvaro Uribe en su calidad de expresidente y principal líder del Centro Democrático ha vuelto a atacar a quienes administran justicia, esta vez a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), blanco por excelencia de los extremos reaccionarios colombianos. Se trata de una acusación grave, pues señala que la JEP otorga estímulos por mentir e imponer lo que el uribismo precipitada y desesperadamente ha catalogado como la posverdad, una supuesta versión de la historia oficial impuesta por las FARC. No paran las graves revelaciones e imputaciones en el seno de la JEP y que el país ha conocido en audiencias públicas. Las versiones en primera persona de exmilitares confirman la necesidad de entender el conflicto armado como una realidad imposible de superar a través de una victoria militar.
Los testimonios que el país ha visto, de soldados hasta generales retirados, reviven el dolor y le permiten a un sector representativo que jamás supo de los vejámenes cometidos en la guerra ver y conmoverse (o no los dimensionó). Cabe recordar que un segmento de colombianos que llegó a ser mayoritario, embriagado de poder en las épocas de mayor popularidad de Uribe Vélez, estuvo dispuesto a transgredir los límites de las normas humanitarias con tal de vencer militarmente a la guerrilla.
Hace 15 años, el nobel de literatura alemán Günter Grass, sorprendió con una extensa confesión que depositó en “Pelando la cebolla”, su autobiografía. Allí reconoció haber pertenecido a las juventudes hitlerianas y a la Waffen SS (cuerpo elite de combate de la temida SS o escuadrones de protección). Palabras más, palabras menos, confesó haberse unido voluntariamente a la promoción y defensa del nacionalsocialismo. Grass ha insistido en el hecho de que jamás estuvieron enterados sobre los campos de concentración y la persecución de inocentes judíos, eslavos, homosexuales y gitanos que fueron salvajemente hacinados y asesinados por el nacionalsocialismo. Conclusión, la guerra se idealiza cuando no se han visto de primera mano el sufrimiento y la deshumanización. La lección de Grass es tan enorme como su obra.
¿Cómo es posible que, en Colombia, aún viendo en directo los horrores del conflicto, se sigan legitimando crímenes de guerra y de lesa humanidad por un sector de la política y de la sociedad? Para colmo de males, existe el agravante de que cuando sucedieron las torturas, ejecuciones extrajudiciales, interceptaciones ilegales y silenciamiento de una parte de la prensa, la ciudadanía y la clase política tenía plena consciencia. El 2 de marzo de 2008, los noticieros abrieron sus ediciones con la chiva de que Colombia había bombardeado territorio ecuatoriano (en esa época no había redes que les compitieran la difusión de la información). El país entero celebró (y todavía celebra) la agresión a un vecino que jamás dispararía en nuestra contra. Uribe, Juan Manuel Santos y los generales Freddy Padilla y Óscar Naranjo justificaron la operación en que se trataba de legítima defensa y en la evocación constante de una victoria militar contra la guerrilla. Con todas las revelaciones que se han hecho en los últimos años, preocupa que se siga insistiendo en la idealización de la guerra.
Las declaraciones insólitas de Uribe contra la JEP son graves no solo para el proceso de memoria -revictimizan- sino para la democracia. Una vez más, se comprueba una ofensiva abierta contra las cortes, jueces y magistrados. Extraña el papel opaco de los medios de comunicación que amplifican las críticas del exmandatario sin sustento y no asumen ninguna postura crítica para advertir sobre la gravedad de tales señalamientos. Las críticas del expresidente no solo afectan a la JEP, son un atentado al Estado de derecho y a la independencia de poderes, columnas vertebrales de la democracia.
En la década de los 90 Piers Robinson acuñó el término “efecto CNN” para describir cómo algunos medios en EE.UU. desempeñaron un papel vital para romantizar la guerra y justificar las operaciones militares en Medio Oriente (Irak), los Balcanes occidentales (Yugoslavia), el África Subsahariana (Somalia) y Asia Central (Afganistán). En Colombia hace falta un análisis y una discusión rigurosa sobre el papel de los medios en la idealización, justificación y ocultamiento de los excesos cometidos en nombre de la guerra contra la subversión. Ahora que revive la tesis de que es posible una victoria militar, resulta imprescindible recordar la tragedia que vivió Colombia por cuenta de quienes se convencieron que era posible la paz por medio de la guerra.