Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
La tragedia que hoy golpea a los pueblos de Israel y Palestina tiene dimensiones que simplemente no imaginamos o, en el peor de los casos, preferimos ignorar acariciando prejuicios con los que cómodamente vivimos.
El 6 de octubre pasado observamos con horror las imágenes del ingreso al sur de Israel de las Brigadas Ezzedine Al Qassam, brazo armado de Hamas,. El grupo franqueó un límite que parecía inexpugnable de la misma forma que hace 50 años lo habían hecho los egipcios burlando la Línea Bar Lev, en la guerra del Yom Kippur o Ramadán única que, hasta ahora, Tel Aviv estuvo cerca de perder. Los cientos de víctimas civiles israelíes conmovieron justificadamente al mundo que no sale de su asombro y estupefacción no solo por la sevicia de la que hizo prueba Hamas, sino por la incuestionable superioridad militar de Israel en la zona. De poco o nada sirvieron ojivas nucleares, blindados, aviones de combate F35 o un pie de fuerza de casi 200 mil soldados profesionales. Israel cayó en la lógica cruel de la guerra asimétrica o de guerrillas, donde la diferencia en la correlación de fuerzas es abismal y la insurgencia es capaz de convertir las aparentes debilidades en ventajas. Lo habíamos observado en Vietnam tanto en su enfrentamiento contra Francia como potencia colonizadora como con Estados Unidos. El Viet Minh y Vietcong, respectivamente, terminaron ganando la guerra, no porque hubiesen logrado la rendición de su oponente, sino porque fueron capaces de alargarla hasta el punto que la permanencia de los ejércitos invasores se volvió insostenible. Precisamente, en eso consiste la célebre guerra de desgaste, “una guerrilla gana la confrontación cuando no la pierde”, cuando la mantiene viva, decía Henry Kissinger, para poner en evidencia que la carga de someter al oponente a la rendición recae casi que exclusivamente en el ejército. El tiempo siempre juega a favor de las guerrillas.
Cuando este tipo de hechos ocurren, los internacionalistas nos solemos multiplicar para atender a medios y explicar en la medida de nuestras posibilidades, incapacidades y sesgos las acciones que muchas veces no tienen lógica. Por eso, tratamos de complejizar para evitar los simplismos, como reducir a la maldad estos actos horrendos, inenarrables y de imposible reparación. Claro está, sería mucho mas fácil adjudicar exclusivamente a la mezquindad, el asesinato de inocentes de ambos lados y decir que la solución consiste en extirpar esa maldad, pero la realidad es más compleja. Desde hace décadas, el sistema de Naciones Unidas (al que muchos le adjudican sin conocimiento futilidad) había advertido sin descanso sobre las condiciones de violencia estructural que viven los palestinos en los territorios ocupados (Cisjordania y la Franja de Gaza) desde los 2000, es decir, cuando se abandonó toda iniciativa de paz viable. En treinta años, el mundo se desentendió de la tragedia palestino-israelí (salvo la ONU), con un agravante para los casos de las potencias europeas y los Estados Unidos, puesto que han sido directamente responsables de la agudización de la violencia. Los británicos y franceses como potencias coloniales del Medio Oriente, alteraron todos los equilibrios y han esquivado su responsabilidad histórica. Como lo recuerda mi colega Margarita Cadavid Otero, tanto a árabes como a israelíes se les prometió un Estado, sin mucho reparo por las enormes dificultades que un proyecto de ese talante supondría. Con la fórmula “divide y reinarás” (adjudicada a Maquiavelo y cuya evocación reduccionista de mi parte me hará ganar el desprecio de mi colega Tomás Molina) quebraron la unidad comunitaria espontánea e histórica, a la vez que excitaron el nacionalismo que trasladaron desde Europa. Así han gestionado el Medio Oriente y en épocas recientes, han convencido al mundo de que la política internacional se divide en buenos y malos. Por ende, los problemas se resuelven con la quimera de borrar del mapa a Estados, grupos y naciones que desafíen los valores occidentales. El gobierno israelí de una derechización tan vertiginosa como impúdica en los últimos años, persuadió a su población de que era posible “resolver” la cuestión palestina a punta de retaliaciones militares y que solo Bibi -como es conocido Netanyahu- sería capaz de aniquilar todo rastro de actores como Hezbollah o Hamas, enemigos declarados de Israel. En agosto de 2006, Ehud Omert, entonces primer ministro, prometió que acabaría con la guerrilla libanesa por el asesinato de 5 soldados y el secuestro de 2, en la llamada Guerra de los 33 días. Por consiguiente, Tel Aviv agredió furiosamente al Líbano imponiendo un castigo colectivo, como el que ahora aplica en Gaza. El resultado: la legitimación de Hezbollah y el incremento exponencial de su popularidad. Imposible pensar hoy en la maltrecha gobernabilidad libanesa sin la milicia chií.
En su visita a Ramala en 2002, José Saramago inauguró una de las polémicas más complejas del siglo XXI cuando le respondió a un periodista de la BBC que “Cisjordania era como Auschwitz”. La declaración de Saramago que ha sido retomada y a mi juicio es insensible, es reveladora sobre la deformación de la imagen de Israel conforme sus autoridades fueron olvidando los valores fundacionales de David Ben-Gurión de tener un Estado laico, liberal y progresista, a un régimen ahogado en una paranoia delirante y agazapado en la religiosidad (no en la religión). Ha optado en los últimos años por confundir su derecho a la legítima defensa con un poder sin contrapesos para someter a los palestinos a un apartheid, una limpieza étnica y en el paroxismo de la tragedia, a un genocidio como el que cursa actualmente en Gaza, con el apoyo de las potencias de Occidente responsables dela génesis del conflicto.
Tel Aviv se ha comportado en Cisjordania con total impunidad por ley marcial gracias a la cual, soldados pueden darse el lujo de detener, humillar y asesinar a palestinos además de derrumbar sus hogares, todo con el aval de sus autoridades (tanto de la Knéset o parlamento, como de la Corte Suprema de Justicia). Es el derecho al servicio del ocupante, vaciado de su deontología. Si al otro lado de la pantalla alguien duda, le ruego revisar el caso de la periodista palestina de la cadena Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, asesinada de un disparo en la cabeza por soldados israelíes, en un proceso que hoy no tiene un solo responsable ante la justicia, a pesar de la presión de la comunidad internacional ¿imaginan cómo han sido los casos anónimos e invisibles de cientos y miles de palestinos masacrados, incluidos menores? Antes de esta coyuntura, 46 menores fueron asesinados en los territorios ocupados, una cifra récord.
Para el caso de Gaza, donde cesaron las colonias desde 2005, pero cuyas fronteras controla Israel, la situación es aún más dramática. A partir de ese entonces, la estrategia de Tel Aviv ha sido la de garantizar su seguridad castigando en conjunto (crimen de lesa humanidad) por cada ataque de Hamas. Así ocurrió en 2008, en donde en solo un bombardeó murieron 270 palestinos y en total unos 1400. Esto se repitió en 2014, 2021, 2022 y este año en Cisjordania, nada más y nada menos, que en un campo de refugiados en Yenín. Todo ha ocurrido como en una sala de cine: ante la mirada cómplice y morbosa del mundo que siempre ha visto con inhumana simpatía la forzada, pero cómoda, tesis de la legítima defensa israelí a expensas de la vida palestina (tanto de individuos como del conjunto de la nación).
He visto con estupefacción cómo la prensa colombiana admite y acepta que a Tel Aviv le asiste el derecho de bombardear Gaza, incluso sectores progresistas y liberales alegan que debe hacerlo por el horrendo ataque del que fue víctima por parte del terrorismo de Hamas. Olvidan que el sentido de la justicia no puede equipararse con el de la venganza. Con ese discutible argumento Estados Unidos lanzó las invasiones de Afganistán e Irak ¿logró siquiera un atisbo de justicia? El único asomo de reparación en un caso de tanto dolor consiste en el sometimiento de los responsables a los tribunales ¿No fue eso lo que se pactó en Núremberg, Tokio, Ruanda, Sierra Leona o Yugoslavia? precisamente para que la justicia no fuese desalojada por la barbarie de la venganza ¿Por qué precisamente Estados Unidos e Israel, que hoy legitiman el castigo colectivo, se negaron tercamente y le declararon la guerra a Corte Penal Internacional? ¿No sería mayor alivio para las víctimas (o para sus familias) ver a sus verdugos siendo juzgados, que el asesinato de miles de inocentes?
En honor a quienes murieron salvajemente y con triste certeza lo harán, espero que la justicia asome y venzamos el prejuicio de que los tribunales sólo corresponden al Sur Global o Tercer Mundo, mientras los Estados más poderosos son intocables. Pagamos caro el precio de pensar que el derecho es solo para los débiles.