Por: Óscar Montero De La Rosa
El 2024 debe ser el año de los diálogos, los acuerdos y la Paz en Colombia; y no es para menos porque el conflicto armado se ha profundizado en algunos territorios en el país. Nariño, Cauca, Chocó y Putumayo siguen siendo esos lugares en dónde la guerra no cesó, siguió y mutó con la proliferación de otros actores armados, de la reactivación de algunas disidencias y la revitalización de algunos que nunca entregaron las armas.
El 2023 cerró con fuertes expresiones de violencia genocida en contra de los pueblos indígenas, se revivió una práctica de exterminio en donde ataca al corazón del ser indígena: su espiritualidad. Una violencia que se expresa con sevicia a través del asesinato de las autoridades espirituales, dónde también desaparecen, torturan y silencian poco a poco a los que tienen el don, la herencia y el legado de poder hablar con los otros seres de otros mundos y dimensiones espirituales, a quienes ven más allá de lo que normalmente podemos ver; los que ven el futuro o los que por lo menos tienen la capacidad de armonizar y equilibrar la vida como lo podía hacer el The Wala Rogelio Chate, autoridad espiritual del pueblo nasa, asesinado en las montañas del departamento del Cauca a finales de noviembre del 2023.
Son retos y desafíos los que trae el 2024; uno de ellos es poder consolidar los diálogos de paz en un país en el que las balas y los bombarderos son la pirotecnia de fin de año, muchos de ellos sucedidos en los departamentos anteriormente mencionados.
El nuevo gobierno tiene en su corazón la paz total para Colombia, y la sociedad debe apostarle una vez más a la misma. Nuestros esfuerzos deben seguir ese norte, por ello, desde lo vivido y sentido, convocamos y nos solidarizamos con lo que se vive en el vecino país de Ecuador, no se puede vivir en el continente otro conflicto armado y al gobierno ecuatoriano le deseamos toda la sabiduría para poder lograr estabilizar la seguridad en el país.
La historia nos ha enseñado que las guerras no son el camino correcto para la pervivencia de la humanidad. Esa que hemos perdido y que, ahora, en vivo y en directo nos muestra cómo se desangra la vida sin que nadie se inmute inmutarse; el conflicto en la franja de Gaza, Palestina, no es un tema exclusivo de Medio Oriente, es un tema de la humanidad, tal y como lo ha convocado Sudáfrica a través de su demanda en La Haya, con la que denunció a Israel por genocidio, un acto de valentía y de dignidad que nos llama a la solidaridad y esperanza por la lucha y resistencia de los pueblos.
La paz es un derecho fundamental para la humanidad, no podremos reír, vivir y estar tranquilos cuando en otra parte de la Tierra se sigue matando sin piedad a sus hijos. Es hora de que el mundo, la comunidad internacional y los organismos multilaterales convoquen a un pacto por la paz de la humanidad, pero sólo llegaremos a ella con hechos, no solamente a través de discursos.
El mundo actual sigue entre la paz y la guerra, por eso cerrar el ciclo de la guerra en un país, es cerrar con una serie de dolores y sufrimientos causados por el terror, miedo y la zozobra, dándole lugar a la mala muerte. Igualmente, abrirla es darle “vida” a esa mala muerte que desangra los cuerpos y los territorios.
En Colombia en ciertos momentos hay una paz negativa o fría, como diría el sociólogo y matemático noruego Johan Galtung, y esta constituye la ausencia de guerra, o la tregua que se acuerda entre los actores en conflicto, pero en la que finalmente no hay reconciliación. Por el contrario, una paz positiva es aquella en la que no existe la violencia y se promueve la reconciliación y la garantía de los derechos humanos de todas y todos. Lo que Colombia requiere es una paz realmente total, para lograr el buen vivir comunitario, pero también con la madre tierra.
¡El 2024 debe ser el año de la paz positiva para Colombia!