El 2025 inicia con grandes sobresaltos geopolíticos. El politólogo Francisco Javier Toloza presenta un análisis sobre la estrategia de colapso estatal desarrollada en Siria y el inminente aumento del conflicto político en la República Bolivariana de Venezuela con la renovación del mandato presidencial de Nicolás Maduro. Además, esboza los duros retos para la política exterior colombiana en la actual coyuntura internacional.
Por: Francisco Javier Toloza Fuentes
Docente Universidad Nacional de Colombia.
Según la tradición cristiana, Saulo de Tarso se convierte en San Pablo, luego de su epifanía cuando se dirigía rumbo a la actual capital siria. Tras la expresión se sintetiza uno de los más radicales giros en la historia de la humanidad: De perseguidor de cristianos a apóstol de los gentiles. No obstante, el reciente derrocamiento del último gobierno panarabista de Oriente Medio, con la toma de Damasco por fuerzas fundamentalistas, lejos de expresar un punto de inflexión en la dinámicas geopolíticas globales, pareciera ser no solamente la reiteración de viejas tácticas ya implementadas en países como Libia o Irak, sino también la impostura de un modelo con pretensiones a ser replicado en otras latitudes del mundo, incluyendo América latina.
Tras un conflicto con intervención externa de más de una década, cebado por intereses geopolíticos imperiales a través de grupos armados atomizados, y en medio de la proliferación de distintos teatros de guerra a nivel global (Donbass, Palestina, Taiwan, Cáucaso, África occidental o Yemen) el gobierno del partido laico Baaz finalmente sucumbió, y hoy, el territorio del otrora Estado de Siria ha quedado fragmentado de facto en medio de una pléyade de milicias islamistas, tropas extranjeras y mercenarios corporativos. Como con el asesinato de Gadafi, Occidente celebra el derrocamiento de Bashar Al-Ásad aunque poco le importe quién gobierna efectivamente Libia doce años después o Siria un par de semanas luego del ascenso formal de un presidente engendrado en Al-Qaeda. Como lo advirtiera Jorge Beinstein: nos encontramos ante el metacontrol imperial del caos[1], que ya se aprecia con la utilización norteamericana del pueblo kurdo o la rapiña sionista del territorio sirio de los altos del Golán.
A pesar de los matices y obvias diferencias, el cáncer de larga crisis incubado por Estados Unidos en Siria ha obtenido resultados similares, aunque más tardíos, a los cosechados en Libia o Irak. No es descabellado, por tanto, aventurarse a contemplar que el deep state norteamericano promueva ahora el “camino de Damasco” para otros contradictores geopolíticos. No se trata de una invasión express, ni de una automática “revolución de colores” sino una combinación sostenida de diferentes estrategias de desestabilización, donde no se descarta ningún método de acción, incluyendo la desmembración territorial. Hablamos de guerra híbrida, en el sentido prístino del concepto, que se sostiene a mediano y largo plazo deteriorando la calidad de vida de los millones de habitantes civiles, así como la legitimidad nacional e internacional de los gobiernos a los que se le declara parias.
Al acercarse la fecha del 10 de enero, aumentándose las presiones imperiales para el desconocimiento de la continuación de Nicolás Maduro en el gobierno de Venezuela, y con la inminente entrada en funciones del virulento Secretario de Estado designado Marco Rubio, el aparentemente nebuloso panorama de opciones de la derecha frente a la política del hermano país, no es contradictorio con la puesta en marcha simultánea de todos los mecanismos de generación de caos; como se hizo en Siria desde hace más de una década. Las fuertes sanciones económicas que azotan a la población venezolana se mantienen, y de seguro tenderán a profundizarse; se prevén múltiples operetas diplomáticas para erigir a Edmundo Gonzalez en una versión aún más anacrónica de Guaidó bajo la tutela de su albacea política María Corina Machado. Mientras tanto, el Comando Sur despliega tropas y realiza operaciones en la fronteriza República de Guyana, amparándose en el diferendo limítrofe[2];y en Colombia se reestructuran los comandos conjuntos de las FFMM redireccionando la fuerza disuasiva - con apoyo gringo- hacia la frontera colombo-venezolana[3], e importando la tesis de la proliferación de confrontaciones territoriales producidas por economías criminales transfronterizas, negando la existencia de un conflicto social armado de carácter nacional. No es de descartar por tanto que hacia el mediano plazo se gesten en Venezuela intentonas de golpe de Estado, de guerra civil o incluso de fragmentación territorial con claro padrinazgo de Washington y de sus fuerzas afines en Colombia.
En el campo geopolítico no hay derecho a ambages o ambigüedades para un gobierno democrático. Las cancillerías deben regirse por principios e intereses de Estado, no por el marketing electoral ni por los aplausos mediáticos. El reconocimiento de la soberanía nacional, el respeto del derecho a la autodeterminación de los pueblos y el rechazo a las injerencias imperiales, no significan la inexistencia de válidas diferencias políticas. El debate de las relaciones con la República Bolivariana de Venezuela no tiene que ver con dictar sentencia desde los micrófonos santafereños sobre un supuesto fraude electoral, sino con fijar posición ante una posible agresión exterior que además tendría consecuencias inmediatas y nefastas sobre nuestro país. Resulta inédito además de peligroso que una cancillería incapaz de resolver la expedición de pasaportes de sus connacionales pretenda erigirse en tribunal electoral de los estados con que se mantienen relaciones diplomáticas, ya que además de tornarse inviable -por no decir ridículo- la revisión en el Palacio de San Carlos de los múltiples alegatos -válidos o no- de posibles irregularidades en las votaciones que se realizan en Venezuela, Haití, Rusia o EEUU para ratificar el reconocimiento de estos gobiernos, por la simetría propia del derecho internacional podría someter a nuestro país a la injerencia de otros estados en el desarrollo de sus procesos electorales.
De igual forma a como se respalda acertadamente al gobierno de Panamá -sin importar el tinte político o idoneidad ética de éste- ante las pretensiones intervencionistas anunciadas por Trump, se debe actuar correspondientemente con la renovación del ejecutivo que asume el Palacio de Miraflores el próximo 10 de enero, acorde a las definiciones y reglas del estado venezolano. La cancillería colombiana está en mora de romper con el doble rasero diplomático con que se ha manejado históricamente el Palacio de San Carlos y la matriz mediática dominante que le reclama actas de comicios a Maduro pero no a Boluarte ni a Zelenski, máxime cuando está en juego la vida del país binacional que habita en la amplia zona fronteriza que requiere los pasos abiertos, las ingentes comunidades de migrantes y binacionales de ambas nacionalidades en ambos países, y los buenos oficios de Caracas en varios procesos de paz desarrollados por el Estado colombiano.
El compromiso del gobierno de Colombia debe ir más allá de un reconocimiento formal de su par venezolano dentro de la doctrina Estrada. Urge un tratado de no agresión que disipe los riesgos de guerras proxy, operación de tropas y bases extranjeras, o utilización territorial para ataques mercenarios, frenando además una innecesaria carrera armamentista entre los dos pueblos, sin importar los alineamientos geopolíticos de los gobiernos de turno.
Preocupa la matriz de opinión -no sin cierto guiño de parte de funcionarios oficiales- que pretende responsabilizar al gobierno venezolano del inveterado conflicto armado interno en Colombia, así como las versiones que niegan la existencia de un conflicto a nivel nacional en nuestro país, trayendo de contrabando lecturas propicias para la “balcanización” territorial. Estas posturas afines con las prácticas ejecutadas en Libia o en Siria parecieran buscar crear en Colombia teatros de guerra fragmentados en las zonas fronterizas con Venezuela y Ecuador. Si el actual gobierno colombiano no cierra filas contra el escalamiento de las hostilidades con los países hermanos, así como con las diversas formas de negacionismo de nuestro conflicto armado y de su carácter, podríamos estar pasando de la apuesta por la paz total, a la total fragmentación de la guerra y de la paz, muy a tono con la estrategia de atomización del conflicto y del territorio sirio insuflado por Washington, ahora convertida en modelo de exportación.
La alineación de las políticas de guerra y paz en Colombia con un despliegue bélico hacia Venezuela, así como su armonización con el denominado “Plan Ecuador”[4] que ha convertido al país vecino en el nuevo portaaviones del Comando Sur para la región andino-amazónica, en franca disputa con las apuestas comerciales chinas, y cualquier otra impugnación geopolítica a EEUU, son amenazas ciertas para la paz en nuestro país y en todo el continente. El “camino de Damasco” que desarrollaron para destrozar Siria no puede ser el sino para Venezuela ni para Nuestra América, por lo que requiere recibir la más rotunda condena. Sea la oportunidad para que la diplomacia del gobierno del Pacto Histórico tome su propio “camino de Damasco” revirtiendo la tradición obsecuente del “Respice Polum” y avance hacia una nueva política internacional independiente que responda a la decadencia del hegemón y se ponga de cara hacia la Patria Grande y la multipolaridad.
[1] https://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/7449/1/REXTN-MS30-02-Beinstein.pdf
[2] https://misionverdad.com/venezuela/eeuu-pisa-el-acelerador-para-convertir-guyana-en-un-enclave-militar
[3] https://www.elcolombiano.com/colombia/se-acaban-comandos-conjuntos-fuerzas-militares-colombia-ejercito-armada-fuerza-aerea-DE25742405
https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/urgente-esta-es-la-nueva-estrategia-operacional-de-las-fuerzas-militares-control-territorial-de-ejercito-y-nuevas-fudra-3396816
[4] https://www.cadtm.org/Ecuador-entrega-las-Galapagos-a-EU-para-base-militar
https://insightcrime.org/es/noticias/cooperacion-estados-unidos-ecuador-nuevo-plan-colombia/