La concepción de "paz" en Colombia ha evolucionado hacia un enfoque inclusivo que resalta la importancia del arte y la cultura. En 2004, durante el gobierno de Álvaro Uribe, se registraron 13 eventos culturales relacionados con la paz, cifra que aumentó a 71 en 2017 tras el Acuerdo de Paz con las Farc. Sin embargo, el gobierno de Iván Duque debilitó este enfoque al priorizar una visión comercial de la cultura.
Por Santiago Erazo – Cultura RAYA
Unos siete minutos después de que iniciara en 2016 la ceremonia en la que se firmaría el Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las extintas Farc, mientras el viento arreciaba las aguas del mar Caribe en el patio del Centro de Convenciones de Cartagena, un grupo de mujeres chocoanas subía al escenario. Las Alabadoras de Bojayá compusieron una pieza para la ocasión y la cantaron frente al mar: “Nos sentimos contentos, / llenos de felicidad. / Que las guerrillas de las Farc / las armas van a dejar”.
Luego vendría la famosa firma con el “balígrafo”, los aplausos de un oleaje de camisas blancas y la impávida mirada al cielo de Rodrigo Londoño tras el vuelo intempestivo de los aviones Kfir. Pero antes de eso, varias mujeres de Bojayá, sobrevivientes de una de las peores masacres en la historia del país, corearon alabaos que servían de preludio para la firma de un acuerdo histórico. Con ese gesto, con la presencia de ellas y de sus voces, el mensaje parecía ser claro: la paz solo se podía acordar si el arte y la cultura también estaban presentes, y si había un cambio en la idea de “cultura de paz”, es decir, de los valores con los que se quería alcanzar tal objetivo en una sociedad como la colombiana.
Antes de la firma del Acuerdo, la palabra “paz” y el concepto de “cultura de paz” tenían implicaciones distintas en gobiernos anteriores, durante el siglo XXI. Por ejemplo, durante su campaña presidencial de 2001, el expresidente Álvaro Uribe planteaba, a través de su “Manifiesto democrático” –un documento que enlistaba 100 de sus propuestas–, una idea de paz condicionada a los esfuerzos de la seguridad democrática.
Para Alejandro Carvajal, profesor del Departamento de Ciencia Jurídica y Política de la Universidad Javeriana de Cali, dicho documento deja ver que “cuando Uribe decía: ‘queremos la paz’, se refería a que para alcanzarla había que hacer la guerra”. Según Carvajal, para ese momento “la paz también es la guerra contra quienes la obstaculizan. La paz es el ejercicio de poder violento, el fortalecimiento de un nosotros que deseamos la paz por la confrontación con los ‘violentos’, con un ellos, unos alternos, que es lo contrario a la paz. La paz es la guerra”.
Durante el gobierno de Juan Manuel Santos, la narrativa sobre la paz tuvo un relativo viraje hacia la apuesta de reparación integral de víctimas. Álvaro Fajardo y Nicolás Zuluaga, investigadores de la Universidad Santo Tomás, analizaron los discursos y los comunicados en redes sociales del expresidente Santos entre 2012 y 2016 y encontraron que había una marcada repetición “de los significados ‘reconciliación’, ‘perdón’, y una oposición dialéctica a palabras como ‘guerra’ o ‘conflicto’ ”. Con la llegada de Iván Duque a la presidencia, el discurso de la paz guerrerista de Uribe continuaría bajo el eufemismo de la “paz con legalidad”, desde el cual, dicen Fajardo y Zuluaga, “el verdadero objetivo de la paz era la lucha continua contra estructuras criminales ligadas al narcotráfico y el terrorismo”.
Estos cambios en la narrativa sobre la cultura de paz también fueron evidentes en las políticas públicas y apoyos estatales para la cultura y las artes dentro de la construcción de paz. Según un estudio de Datapaz, en 2004 hubo registro de 13 eventos culturales o deportivos ligados a iniciativas de paz, frente a los 71 que se contabilizaron en 2017. Tras la llegada de Iván Duque, entre 2018 y 2020, volvió a haber "una oscilación en las cifras", las cuales aumentaron en 2019 gracias a las "protestas por las irregularidades en la implementación de los Acuerdos de Paz, el asesinato de líderes sociales en el Gobierno Duque y los eventos impulsados por el Paro Nacional de los meses noviembre y diciembre”, menciona el informe de Datapaz.
Un factor más de estas asimetrías entre gobiernos fue la implementación de la economía naranja durante el Gobierno Duque, una estrategia que privilegió una mirada “hollywoodizada” y al mismo tiempo reducida de la cultura. “La economía naranja”, dijo alguna vez Antonio Caballero, “es una visión muy limitada de algo que cubre todo el abanico de lo humano”, y esto se vio a cabalidad con las reiteradas quejas y críticas que el sector cultural le hizo a aquella apuesta. Dicha domesticación también implicó perder de vista el horizonte de paz que puede anidar en las artes y en la cultura.
Si bien se quiso vender al inicio una cierta compatibilidad entre la construcción de paz y la economía naranja, al punto de que el propio Juan Manuel Santos dijo alguna vez en un foro de 2013 que “la economía naranja sirve para un país que busca la paz”, lo cierto es que durante el tiempo en que el Ministerio de Cultura enarboló las banderas de la economía naranja el tema de la construcción de paz brilló por su ausencia. Un caso paradigmático es el Plan Nacional de Desarrollo 2018-2022. En las casi 40 páginas del capítulo dedicado a la apuesta cultural de Duque, titulado “Pacto por la protección y promoción de nuestra cultura y desarrollo de la economía naranja”, no se encuentra ni una sola mención a la palabra “paz” o alguna propuesta relacionada con dicho enfoque. El abordaje a la construcción de paz aparece solamente en el capítulo siguiente y desde entidades estatales ajenas a la cultura, lo cual deja ver la escisión del tándem cultura/paz que hubo en ese momento.
En el fondo, el mensaje que de 2018 a 2022 se dio fue que la paz puede llegar sin la ayuda del arte y la cultura. Para Iván Cardona, abogado y artista, curador junto a María Jimena Herrera de la exposición “Objetos de paz”, en la que se recogieron cientos de objetos de excombatientes, el valor de las expresiones artísticas dentro de una cultura de paz es innegable y fue un error craso que esto se olvidara durante la administración Duque:
–El arte –dice Cardona– tiene el poder de señalar, a partir de una imagen, sin los filtros que pueden tener los medios de comunicación, las diversas investigaciones y publicaciones sobre el tema, o las opiniones del común. En ese sentido, el arte permite y fomenta un acercamiento directo a una mirada diferente del conflicto armado y arroja luz sobre las posibilidades en la construcción de la paz.
Aquellas posibilidades son también las de pensar y ver con creatividad y sensibilidad la guerra y sus vestigios. Patricia Ariza, exministra de Culturas y fundadora del Festival de Mujeres en Escena por la Paz, cree que esto es vital al momento de analizar la pertinencia de las artes y la cultura en un contexto así:
–Desde el arte se puede inventar otro mundo posible, porque este que conocemos está mal hecho. No es inventar para escapar del que tenemos, sino para ahondar en unos lugares que otras disciplinas, como la misma política, no contemplan.
Es evidente que en los últimos años la narrativa de la paz desde el arte y la cultura ha ido cambiando, como lo demuestra el Plan Nacional de Cultura 2024-2038, “Cultura para el cuidado de la diversidad de la vida, el territorio y la paz”, en cuyos principios se advierte la voluntad política de un nuevo enfoque cultural hacia la construcción de paz. El reto, en todo caso, sigue siendo cristalizar las propuestas en acciones y, ante todo, ofrecerles a los actores culturales y artísticos los medios y derechos básicos para su quehacer, para crear desde el lugar de enunciación de la paz y no el de la guerra.
Aquellas alabaoras de Bojayá que en 2016 le cantaron al fin de la guerra denunciaron en 2022 que la iglesia de Bella Vista viejo, la misma que fue bombardeada y que se convirtió en un emblema de resistencia, sigue desvencijada y abandonada por el Estado. Y hace apenas unos meses, la Defensoría del Pueblo advirtió que 3350 familias están confinadas en las zonas rurales del municipio de Bojayá. Para Iván Cardona, “más allá de hablar de la paz y discutir sobre la paz, lo cual es necesario, se trata de hacer la paz y ‘armarla’ juntando a todos los involucrados y no desde una perspectiva única”. Una paz que debe buscarse sin retórica y con compromisos integrales por parte del Gobierno hacia aquellos que aún creen que se puede apuntalar la paz con la mirada privilegiada del arte y la cultura.