Riografías del Baudó es un proyecto artístico y fotográfico liderado por Fernanda Pineda para Médicos Sin Fronteras. La muestra captura la realidad del conflicto armado y las resistencias cotidianas de las comunidades afrocolombianas e indígenas. A través de la colaboración con mujeres curanderas, explora la relación entre salud, territorio, violencia y la sanación ancestral en medio de la crisis humanitaria.
Por: Fernanda Pineda Palencia *
El inicio de un viaje es siempre un salto hacia lo incierto, pero cuando ese viaje es a lo largo del río Baudó, la incertidumbre se transforma en miedo. Durante toda mi vida, Colombia ha sido ese país que conozco bien, el lugar donde crecí, un país donde la violencia y el conflicto parecen ser los eternos titulares. La esperanza se desvanece entre procesos de paz, conversaciones y acuerdos que se hacen y deshacen, mientras en departamentos como el Chocó, la violencia sigue siendo la norma: desplazamientos, confinamientos, masacres, todo ello acompañado por el abandono estatal.
Riografías del Baudó empezó a tomar forma antes de partir. Atendí la invitación de Médicos Sin Fronteras (MSF), junto a la experta en enfoques diferenciales Silvia Parra, para narrar tres municipios del Alto Baudó desde las premisas: salud, territorio y conflicto armado. Sabíamos que llevar a cabo un proyecto fotográfico en zonas de conflicto sería un desafío multiplicado, y las condiciones de los territorios nos presentaron retos concretos: sin electricidad, sin internet, nos vimos obligadas a volver a lo tangible, a pensar en la nostalgia y el poder de la fotografía impresa.
Así nos lanzamos, con la propuesta de hablar desde las metáforas, encontrando en ellas un refugio, un modo de diálogo que nos permitía protegernos. Riografías del Baudó se delineó como una oportunidad para establecer un diálogo directo con las mujeres sanadoras de estos ríos. A partir de sus experiencias y métodos de curación, fuimos tejiendo símbolos en las imágenes, vinculando la fotografía con su capacidad de sanar, como ellas lo hacen con las plantas, los cantos y los rezos.
Primera parada: Chachajo
Chachajo es el nombre de un árbol, una madera fina con un olor único que ya casi no se encuentra. También es el nombre de un pueblo de unas 500 personas que viven de la agricultura, un pueblo afrodescendiente que cría cerdos y gallinas en casas de madera construidas por familias que, a pesar de haber tenido que irse, siempre vuelven, porque no hay lugar en el mundo que les pertenezca más que ese. Hay una herida profunda en este pueblo, una herida que intentan curar con cantos, con juegos de mesa y con hierbas.
"Curar con hierbas es una tradición que los viejos iban enseñando a los jóvenes, y ya los jóvenes, cuando tenían su familia, les iban enseñando a sus hijos lo que sabían" , nos dijo María Concepción, la curandera mayor de la comunidad.
A pesar de que en 2023 la UNESCO declaró la ‘Partería, sus conocimientos, habilidades y prácticas’ como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en algunos lugares sigue siendo menospreciada por el sistema de salud. En Chachajo, donde la cesárea más cercana está a cuatro horas por río y cuatro por tierra, y no hay médicos ni puestos de salud activos, los niños continúan naciendo en manos de las parteras que han recibido a generaciones enteras. Las manos de estas mujeres, que han aprendido a sanar, se resisten a ser olvidadas y siguen siendo el sostén vital de la comunidad."
“Imagínense, en pleno siglo XXI, nuestras señoras son a las que les toca recibir a los niños y las niñas. En el momento del parto no hay un médico, no hay una enfermera especializada, así que ellas nos brindan los primeros auxilios y, de alguna manera, nos restablecen la salud para que puedan aliviar nuestros males”, narró el profesor —Alexander.
Segunda parada: Mojaudó
¿Qué queda después de que las balas atraviesan un salón de clases?
Los rayos de luz se filtran por los agujeros que las ráfagas dejaron en el techo y dibujan líneas en el tablero. Los libros que cuelgan de las paredes y el calendario del 2023 también fueron alcanzados por las balas. Los pequeños asientos azules siguen ahí, en el mismo lugar donde estaban ese día, como si nadie hubiera querido volver a entrar, como si el aula se hubiera convertido en un museo del horror o del dolor, una herida que sigue sangrando. Diez niños ya no están en su escuela; ahora, reciben clases apretados en lo que alguna vez fue el restaurante.
“Faltaban como cinco para las dos (de la madrugada), cuando se prendió la balacera. Nosotros estábamos acostados y ya no pudimos dormir con esas balas que zumbaban por el techo, por la cocina. Uno oía esa plomacera… Una cosa muy terrible a esa hora de la mañana, ¿para dónde va a correr uno?, ¿nosotros qué hacíamos?, cuando oímos eso al suelo nos tiramos, pero, ¿qué se va a amparar uno en un suelo de madera?”, relataba una mujer cerca de la escuela.
Mojaudó está enfermo, enfermo de miedo. Es un pueblo de abuelos, de nietos y bisnietos que se están quedando solos, junto al río, bajo una lluvia que a veces parece no detenerse. Quedan la selva, el coco, la pomarrosa y el anón. ¿A dónde se fueron todos los jóvenes? ¿A dónde los llevó el río? Los jóvenes se van. Los van. Buscan oportunidades, otra vida lejos del río que los vio nacer, lejos de sus viejos, de su familia, sus hierbas, su partera.
"A veces, cuando cae un coco o alguna otra fruta sobre el techo, pensamos que va a empezar de nuevo", nos dijo la señora Teolinda.
Tercera parada: Puesto Indio
Capítulo Embera
Ûnûnia: Nos volveremos a ver
La naturaleza lo manifiesta todo: la dulzura y la crueldad, dejándose llevar por el río que fluye con ella. Adaptarse siempre ha sido la respuesta al cambio, pero nadie debería ser obligado a adaptarse… No funciona así. Las piezas no encajan y se rompe el equilibrio. ¿Estamos destinados a romper todos los equilibrios? ¿Esa es nuestra naturaleza? ¿Podemos siquiera llamarlo "naturaleza"?
Dejar que la dulzura sea, dejar que la crueldad sea, es dejar que el río sea río. El río cambia de color y se convierte en espejo. El río es calma y es frenesí. Te lleva, pero decide cuándo puedes navegarlo. Y, ¿quién comanda el río? ¿Quién le dice qué puede o no puede hacer?
La gente de río lo sabe; por eso lo respetan, porque lo necesitan para sobrevivir en esta selva. Su agua es indispensable, aunque ya no es clara, su cauce arrastra lo que el consumo y el desecho han dejado. La corriente se lleva lo que ya no queremos ver más, lo que deseamos desaparecer. Y la lluvia viene a diario como queriendo limpiarlo todo.
"Fui ayudante de mi esposo, que era jaibaná. Con él aprendí el uso de las plantas y conocí a los espíritus. Cuando nos desplazaron, aquí no había jaibaná; mi esposo ya no estaba y mis hijos necesitaban medicina. Así fue como empecé mis prácticas, y soy la primera mujer jaibaná de estas comunidades. El territorio está enfermo. La violencia que hay por aquí nos persigue y nos enferma, como si siguieran la huella y nos dañaran para quedarse con el territorio", nos contó la jaibaná Dilia.
Siete mujeres subimos a esa embarcación, encargadas de construir este proyecto junto al equipo de apoyo logístico de Médicos Sin Fronteras. Regresamos con siete fotografías, reconstruidas por estas manos sanadoras, y con un profundo aprendizaje sobre la importancia de escucharnos y reconocernos en nuestras fortalezas, esas que le dan valor a la vida. Nos fuimos dejando una conexión profunda con estas mujeres del Alto Baudó y un compromiso de expandir su voz más allá de los ríos, llevar su sabiduría. Esperamos que este proyecto, como un boomerang, les traiga beneficios, reconocimiento y memoria. Nosotras nos fuimos, pero ellas siguen allí, resistiendo, sembrando, sanando comunidades heridas y olvidadas.
*** “Riografías del Baudó: ¿cómo se cura un territorio herido?”es una muestra fotográfica de Fernanda Pineda que da cuenta de la crisis humanitaria que se vive en la subregión de Alto Baudó, afectada por el conflicto armado y múltiples vacíos institucionales, y en donde MSF, organización médico-humanitaria independiente y presente en Colombia desde 1985, ha desarrollado un modelo de salud etnico-comunitario durante tres años.
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