Desde el corazón del valle del Sibundoy, la artista kamëntsá Eliana Muchachasoy ha forjado una obra que busca traducir al lenguaje pictórico las visiones propias de una toma de yagé, así como la relación armónica con la naturaleza dentro del pueblo kamëntsá. A raíz de la reciente exposición “Paz con la naturaleza: arte y cosmovisión desde el territorio”, Raya entrevistó a Muchachasoy para conocer el trasfondo de su trabajo artístico y de gestión cultural.
Por Santiago Erazo, Cultura RAYA
Inundadas de verdes fosforescentes, pobladas por hombres y mujeres indígenas cuyos rostros se mimetizan entre figuras sinuosas, cielos de azul eléctrico, jaguares y flores sagradas del valle de Sibundoy, en Putumayo, las pinturas de Eliana Muchachasoy parecen estar hechas –parafraseando a Próspero, el personaje de La tempestad de Shakespeare– con el mismo material de los sueños. En concreto, con el material de las pintas del yagé y de las visiones que produce esta medicina. El interés de Eliana se conecta con la labor de taitas como Querubin Queta, fallecido este año, que protegieron y siguen protegiendo al yagé frente a su consumo irresponsable y recreativo, alejado de su propósito principal: sanar heridas invisibles, conectar espiritualmente y poder ver, según decía el propio taita Querubín, los malos aires y los malos espíritus que impiden tener una vida tranquila y en armonía con otros seres.
Muchachasoy busca representar esta y otras postales espirituales del pueblo kamëntsá desde los paisajes dobles de la selva y el piedemonte andino en Sibundoy. Allí ha forjado una obra que ha trascendido los linderos formales para encontrar interlocutores dentro de los kamëntsá y su cultura, una visión de mundo apuntalada con las historias que se tejen en los tsombiach –fajas de lana tradicional–. De ahí que Muchachasoy haya creado Benach Galería de Arte, un centro cultural en Sibundoy que tiene como horizonte congregar a los abuelos y a los nietos, a los hombres y a las mujeres de esa zona del Putumayo en torno a los saberes artísticos y artesanos. A partir de su presencia en las recientes exposiciones Paz con la naturaleza: arte y cosmovisión desde el territorio y Samay, soplo de aliento, Raya habló con la artista kamëntsá sobre Benach y sobre los diferentes elementos que habitan sus pinturas, como las coronas del Bëtscnaté –la gran celebración kamëntsá–, la presencia de las mujeres y las flores del borrachero…
…una planta poderosa, que en Occidente se ha usado para el mal (para la extracción de la escopolamina), pero que es sagrada para los kamëntsá. Eliana, ¿qué lugar en concreto ocupan las flores del borrachero en sus pinturas?
Ocupan un lugar de mucha importancia, así como lo es para el pueblo kamëntsá. La medicina o las plantas medicinales han estado siempre presentes en el territorio. Nuestros abuelos y abuelas encontraron la forma de conectarse con ellas y de fortalecer también la parte espiritual. En ese sentido, en nuestra comunidad, el borrachero, o floripondio, como lo llaman en algunas partes, fue una de las primeras plantas que utilizaron los abuelos para poder tener esa conexión. Después llegó el yagé y el borrachero se convirtió en una planta protectora, pues es una medicina muy poderosa, que tiene efectos mucho más fuertes. Hay taitas que cuentan que perdían la visión hasta por cuatro días después de tomarlo, entonces la medicina del yagé ahora es la que tiene una función de armonía espiritual, y el borrachero no se volvió a consumir; es una planta que nos protege. En las casas y en las malocas siempre están los borracheros presentes; son como guardianes del territorio.
Sueños, 2020. Acrílico sobre lienzo
En su obra hay una exploración evidente de ciertos colores, con una presencia de la fluorescencia y colores más ácidos o energizados. ¿De dónde proviene ese interés?
En el camino del trabajo artístico empecé a pintar bastante en óleo. Después me encontré con el acrílico, y descubrí que había más variedad de colores todavía, y entre esos encontré los colores fluorescentes. Sentí una conexión fuerte con estos colores, porque también son colores muy vivos, y en mi comunidad el color es bastante vivo también. Después me llevé la sorpresa de que con la luz ultravioleta estos colores vienen a tener otra función, se activan de otra forma y les doy vida de otra manera.
De seguro eso también tiene que ver con la oscuridad de la que nacen las visiones del yagé; la oposición de la luz frente a la oscuridad de cerrar los ojos y recibir las imágenes que brotan de una toma de ayahuasca.
Sí, hay una influencia de la medicina del yagé, una forma de retratar las visiones que surgen. En algunas exposiciones yo suelo apagar las luces, y particularmente aquí en Sibundoy, en la Galería Benach, hay personas que al verlas y al sumergirse en esa experiencia me dicen que se sienten como si estuvieran en una toma de yagé; como si estuvieran tomando remedio sin tomar remedio.
Hablemos de la galería que menciona, Benach. ¿Cómo surge? ¿Cuál es su historia?
Desde hace unos años he querido mostrar mi trabajo en el territorio, pero realmente no existían esos espacios de promoción del arte local, entonces empecé a buscar algún salón para mostrar mis trabajos y los de otros artistas que están surgiendo aquí. También lo pensé como una manera de empezar a formar un público. Fue así que en 2020 se instaló la Galería Benach en una casa en Sibundoy que transformamos totalmente con otro compañero. Luego de la pandemia empezamos a darle una imagen totalmente diferente a la casa desde el muralismo. Con el tiempo vimos la necesidad de ampliar la propuesta. Ahora Benach también es un café y un centro cultural en el que hay un espacio para la exhibición de obras de pintura, y también un espacio para hacer encuentros, eventos de música, de poesía, conversatorios, talleres.
Nos ha parecido importante poder abrir este espacio para que la misma comunidad pueda tener ese acercamiento con estas propuestas artísticas, porque, realmente, cuando yo empecé a viajar veía que el arte indígena está en museos, en las grandes ciudades, pero no en las comunidades indígenas, que no han podido tener ese acercamiento.
Dentro de esa relación que empieza a verse entre la galería y los proyectos y las iniciativas de la comunidad, ¿cómo se ha percibido su obra dentro del pueblo kamëntsá, sobre todo por parte de los abuelos y las abuelas?
Digamos que ha sido todo un proceso. Porque al inicio, cuando empecé a mostrar mis trabajos artísticos en el territorio, me daba cuenta de que no les importaba mucho; veían las pinturas cinco minutos y se iban. Yo creo que eso en parte ocurría porque ellos no habían tenido esa experiencia de poder apreciar una obra de arte en el territorio. Pero esa relación ha ido cambiando un poco. Ahora vienen taitas y otras personas de la comunidad que traen invitados y les explican elementos de nuestra cultura, como las coronas del Bëtscnaté, las fajas o las flores sagradas, a partir de mis pinturas.
Alimento de la Madre Tierra, 2018. Acrílico sobre lienzo
Usted se adentró en el mundo artístico con los telares que usaba con su madre y abuela, con la relación que también existía allí. Y las mujeres tienen a su vez una presencia importante en sus pinturas. ¿Cómo entiende esa relación entre las figuras femeninas y sus búsquedas artísticas?
El primer referente de mujeres que he tenido en mi camino han sido mi abuela y mi mamá, que son las personas con las que yo crecí. Desde el tejido, mi abuela, siendo una artesana, me mostró ese mundo mágico de crear una imagen a través de los hilos, y me explicó cómo el tejido es una imagen desplegada en historias. Del lado de mi mamá, ella era madre comunitaria y estaba al cuidado de varios niños. Entre las actividades que les ponía usaba pinturas y colores, y hacíamos ejercicios de imaginarnos a través de un personaje. Así se fue abriendo mi vocación. En la Universidad Nacional, donde estudié artes plásticas, no me encontré con la pintura; tuve muchos bloqueos y la abandoné por varios años, hasta que volví al territorio y sentí nuevamente este llamado. Y algo que me ayudó a conectar con la pintura fue el tema de las mujeres. Cuando decidí lanzarme a pintar otra vez tuve que pensar en mí misma, pensarme también como mujer, pensar también en las mujeres de mi comunidad y en todo el machismo que había, la forma en que muchas mujeres kamëntsá han sido invisibilizadas
El pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín decía: “No me interesa el estilo. Me interesa ser claro, en mi palabra tratar de ser lo más hondo, lo más auténtico, lo más claro en el mensaje que quiero dar”. ¿Se puede hablar de un estilo en la obra de Eliana? ¿Le interesa la idea del estilo?
Uno como artista vive diferentes etapas y hay momentos en los que uno se siente de diferentes colores en la vida. Yo siento que a veces me he conectado con los colores azules, las gamas azules. Otras veces me he conectado con los colores verdes. Así que un estilo como tal la verdad no creo que tenga, o al menos no lo he pensado como estilo. En mi trabajo hay elementos frecuentes, como los puntos, o la presencia de las mujeres, pero también hay hombres en lo que hago, así que no creo que haya algo definitorio en lo que hago. Mucha gente a veces me dice: “Yo ya reconozco tu estilo”, pero eso me preocupa. Me preocupa si realmente tengo un estilo que yo he creado, porque lo que yo sí siento es que uno está cambiando constantemente, y yo lo hago en mi trabajo artístico, dejo fluir los cambios.